viernes, noviembre 19, 2004

Cuatro ángeles miran hacia abajo a través de un caledoscopio

I
El espacio entre la noche y el día es la tregua de una guerra
El momento anterior al orgasmo es la perdición del espíritu
Al tiempo que la pluma se posa sobre el papel
Un ejercito de fantasmas épicos se congregan para lograr que su voz sea oída.
Paz. La paz tan ansiada y tan querida, oculta en un laberinto construido desde antes del tiempo.
Tantos espejos, tantas conclusiones. Devociones y traiciones.
Legiones contra falanges, la sangre parece ser la razón
¿Y no somos rojos acaso? ¿No es nuestro color el del ocaso?
El vientre no era oscuro, sino sangriento
Flechas que mutan en el aire en balas.
La muerte tan deseada define la suerte ajena, nunca la propia.
Pido perdón por haber deseado tan secretamente los dramas y tragedias.

II
Resignarse a elegir, la izquierda, la derecha o la glándula pineal.
Lo mental, lo espiritual o lo carnal.
En el fondo solo queremos saborear
El gran banquete antes de que nos alcance el final
Una gran orgía sin moral, como un camino que termina en lo opuesto de su principio
La confusión es una droga oriental.

III
La lluvia atrae al lobo
Los tambores contra las cuevas, al ritmo de los rayos
Los ojos aguantan el embate del viento, deseando y esperando
Captar a algún dios desprotegido, plantando vida entre la llovizna y el barro
El fuego debajo de una piedra, protegido del agua
Invita al rey amnésico perdido, herido por la espada del hijo

IV
Nos encontraremos en algún lugar
En la orilla de un congelado y olvidado mar
Enemigos desde el génesis, amantes hasta el final
En la clara luz que antecede al amanecer, en este paisaje polar
Ocultas hasta el momento acordado, las espadas salen a respirar
El duelo tan esperado, finalmente duele tanto al llegar
El tiempo del último desahogo, la acción definitiva, con el derecho negado a escapar
La voluntad mantiene la resolución, y las sombras proyectadas convierten el encuentro en una balada inmortal

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