lunes, febrero 12, 2007

Calmados matamos al conejo

Nuestro maestro, Led Tull, desplazó amablemente sus ojos desde nosotros hacia el cielo, casi agradecido. No comprendíamos, pero a él no parecía molestarle del todo. Su barbuda sonrisa reflejaba un amor por la vida, un amor por sus discípulos, y a pesar de todo un amor por la ignorancia de estos, que era en realidad un amor por la sed de conocimiento.
Sus ojos volvieron a bajar a tierra, a pesar de que su mente seguía como siempre a unos cuantos metros arriba nuestro, y se pasaron sobre nuestras caras más como un pincel tratando de pintarnos que como lupas indagándonos. Luego miraron más allá de nosotros, y la sonrisa se ensanchó. Más allá, a nuestras espaldas, por entre los largos pastos. Seguimos su mirada, medio absortos en ella, como solemos hacerlo. He aquí que sus ojos nos señalaban a un blanquísimo conejo que acababa de asomarse, curioso, a escuchar nuestra charla.
“Piensen en ese conejo, tan aparentemente libre, tan gallardo, curioso y blanco. Ese conejo los representa a ustedes. Sus ojos rojos sobre fondo blanco. Tabula rasa. Los ojos ansiosos de ser llenados con palabras e ideas, parábolas y moralejas, misterios o revelaciones. A saltos avanza, o eso cree hacerlo. Sus orejas son demasiado grandes, demasiada pretensión de escucha, cree que así no se perderá nada importante. Cree que su sigilez, su algodonado andar, le permite entrar y espectar indetectado, invisible, a salvo. Confía en su rapidez, en su libertad. Ignora lo demás. Piensen en ese conejo y veanse a ustedes mismos, hoy. Piensen y refléjense, y dense cuenta. Ese conejo representa todas sus supuestas habilidades, que son en realidad sus admitidas fallas. Ahora piensen, ¿Qué deben hacer?”.
Nos sonreímos, porque entendimos. Todo tenia sentido ahora, los largos días de charla, las siete lecciones en siete idiomas. Entendimos. Nos levantamos. Calmados matamos al conejo, y lo devoramos.