lunes, enero 10, 2005

Un nuevo vampiro

“Soy de esos vampiros que no chupan sangre. Me alimento de la mía propia, de esa herida en mi corazón que baña mi cuerpo de dulce dolor.
Somos varios los vampiros de esta clase, aunque no tanto como vos pensás. Melancólicos como una balada negrogris del viejo Berlin, brillantes como la luz lunar a través la niebla de Londres. Y si, me gusta vestirme de traje. Como verás no es negro, sino blanco. Y es mi orgullo la limpieza de este traje, porque en blanco es un color que solo le lleva puro por poco tiempo, es como el amor, se ensucia muy fácilmente.
Me he teñido los ojos del mismo color que mi pelo, para adecuar mi cara al mapa oscuro de la noche. Esa noche que es mi acolchado, mi sabana y mi almohada. La noche es mi propia habitación, mi palacio de sombras, mi fiesta de quince, mi primera comunión.
Mi palidez es tal solo porque me aburre el sol. En realidad posee un hermoso plateado lunar, mucho más apetecible que un bronceado solar. Al fin y al cabo la luz llega, de distinto lugar, pero de un común hogar. No soy un hijo de la oscuridad, mi noche amada es más luminosa de lo que pensás.
Mis dientes son regulares y tímidos. Solo aparecen para acompañar mi cómica desilusión. Mis colmillos están en mi mente y en mi lengua. Muerdo con mis palabras y con mi poética observación, haciéndome eco con la canción que este sonando en el lugar. No muerdo por hambre, como ya he especificado, muerdo de perverso, de indiferente, de lastimero. Muerdo cuando deseo, no cuando puedo. Muerdo para despertar a las bellas durmientes, tan dulces, tan pacientemente esperando el beso suave que tarda demasiado en llegar.
No me gusta el romanticismo, prefiero la misteriosa confusión. No soy gótico, aunque me atraen las alas negras y las piedras viejas, largas en años y en erosión.
Beso suelo cuando el otro labio esta preparado para un filoso mordiscón. Beso solo cuando la frialdad en ellas aclama la frialdad de mis palabras. Cuando no se lo esperan, entonces beso.
Soy una nota en un piano, un acorde demasiado afinado. La punta del bastón golpeando una calle de adoquines, la botella todavía llena estrellándose contra la pared, estos sentimientos precisos y fríos. Soy frío, pero quemo, soy un vampiro, pero uno nuevo.”

domingo, enero 09, 2005

Delfines

En la absoluta contemplación de lo relativamente absoluto
El fuego se quema así mismo
El agua se atraganta en su propia garganta

Comprendiendo la finitud de la razón
Se descubre la escalera en caracol
Que lleva al huracán cósmico de la comprensión

Palabras atrapadas en los dientes de los mitos
Una existencia tan larga y vasta que se no hacen falta infinitos
Un suspiro de entropía, la evasión del destino

Saltando como delfines sagrados, del río al aire al río de nuevo
No vamos de la nada a la vida a la nada de nuevo
Sino de la eternidad al minuto vivo a la eternidad de nuevo

martes, enero 04, 2005

El Maldito

El maldito entró a su casa después del exilio de seis años. Largo tiempo huyendo, largo tiempo atrapado, aún mas largo tiempo escapando. Abrumante cuanto cambia el hogar en la mente de uno. Como se expande, se achica, se deforma y se endurece, para luego empezar a borrarse en los contornos y ángulos.
El maldito se encontró con su casa exactamente como la había dejado. Pero la hora estaba marcada, los círculos seguían girando. Sin embargo la visión lo reconfortó. Saludó a su casa, y ésta devolvió el saludo. La materia vibraba excitada ante el retorno del amo.
El maldito sonreía, sabía que no podría realizar la transformación en cualquier otro lugar. Su casa era el nexo y su casa era el todo.
La formula estaba corriendo. Ni bien se repuso de la alegría de la vuelta al hogar, las palabras habían comenzado a rodar. Signo tras signo, buscando y acumulando el saber y el poder. La hora estaba pronta.
Dulce suicidio somático, para una fría venganza posterior, si se permite la ironía. Las lenguas de madera arderían en no mucho tiempo. Su esclavitud como esclavo pasaría pronto a un pobre olvido finito, las puertas de la turbulenta eternidad estaban frente a él. Incluso ya podía distinguir el detrás de la realidad, el trasfondo de la existencia, el más allá, justo detrás de donde llega la vista.
Los envenenadores ya estaban cerca, pero el acto ya estaba por la mitad. El brutal desenlace estaba lo suficientemente próximo para ser inevitable, y todo terrible pensamiento animal había sido erradicado de la mente del maldito. Nunca había habido arrepentimiento, ni miedo, ni autocompasión. La entrega era absoluta a las palabras que luego le cederían tanto. La consumación no sería ni principio ni final, sino continuación de un presente ideal, detenido en el segundo divino, en el parpadeo de un dios. Una sonrisa de justicia cósmica.
Los envenenadores estaban del otro lado de la puerta. El maldito los esperaba con la última palabra de la última sentencia en la punta de su lengua. Un instante más.
Los envenenadores entraron. Eran siete, él solo había esperado cuatro como mucho. Un último pensamiento le permitió la satisfacción de descubrir cuan desesperados estaban por verlo morir, al enviarle siete envenenadores.
Los siete entraron como una sola persona. Los trajes negro obsidiana, con sus líneas pintadas en un verde radiactivo, fluorescente. Los cascos con ese único ojo electrónico triangular, y ese ángulo sobre el lugar donde estaría la boca, una parodia de la sonrisa de un fascista. Todos empuñaban el látigo en espiral, el tentáculo venenoso que era más una extensión de aquellos cuerpos que un arma. El verdadero verdugo, enrollado como un ouroboros, listo a saltar como una cobra. Los látigos empezaron a moverse, casi imperceptiblemente. El maldito pronunció la ultima palabra. La transformación se completó.
La casa como parte de lo inanimado, cedió toda su energía en toda su inmensidad física. Su composición que nunca había estado viva murió para ceder su representación a su amo. Todos los átomos del maldito recibieron esta carga, y en un tiempo imposible comenzaron a girar a una velocidad imposible. Las células chillaron de dolor, pero se unieron bajo la voluntad mayor. El maldito nació al fuego, y en fuego se convirtió. El tiempo se quebró y se murió, al convertirse el maldito en escudero de ese segundo matemáticamente divino, que seria usado para la justa venganza. Fuego absoluto, con poder total.
Los envenenadores se dieron cuenta inmediatamente de que algo había cambiado, no solo en la figura frente a ellos sino en el lugar, en el tiempo, en la existencia y la realidad. Lanzaron sus látigos sabiendo en lo mas profundo que no servirían de nada.
El maldito los consumió con una sola mano. Aquí comienza la justa venganza.

lunes, enero 03, 2005

John Black es Infinito

John Black entra por la puerta. Su cabeza le duele y le baila en círculos. Apenas puede caminar hacia el otro lado. Se detiene ante la Entrada y lanza la moneda plateada hacia el Olvido, admitiendo que éste es el fin. ¿Qué sigue?

John Black trasciende hacia el cuarto. Con su ser mezclado entre partículas propias y de la materia ajena a él, ahuyenta sus pensamientos, y elige una personalidad. Avanza hacia el otro lado abrazando la materia, nadando a través de ella. Descansa delante de la puerta y libera la moneda perfecta hacia el Olvido. ¿Qué sigue?

John Black pasa a través de la puerta, borrando todo lo que queda detrás de él. No hay cabeza, no hay cuerpo, él es un alma, él es solo entropía. Mientras avanza consumiendo el espacio y el tiempo, se detiene por un segundo o dos, en frente de la línea de llegada. Escupe el pequeño disco que le picaba en su corazón de energía pura. El disco se ahoga en la oscuridad. Todo excepto el final es consumido. ¿Qué sigue?

John Black tiene pocos segundos de vida. Las heridas no lo dejan caminar. Sus ojos están pintados de rojo. Pero aún así siente el camino que yace adelante suyo. Se arrastra hasta la puerta que no puede ver, pero que su mente herida le dice que está ahí. La fuerza vital empieza a abandonarlo, y su mano ya no puede sostener la moneda kosiana. La moneda cae y rueda hacia el Olvido. John Black muere olvidando tanto el principio como el final. ¿Qué sigue?

John Black crea el cuarto. Luego crea la puerta, mejor dicho la abre. Ellos ponen la moneda en sus manos. John Black crea el movimiento de la moneda hacia la oscuridad. Ellos le dicen que el fin ha llegado. ¿Qué sigue?

John Black no tiene memoria, principalmente porque no tiene cerebro. Es simplemente un organismo de músculos puros moviéndose hacia una única dirección. Ha estado moviéndose por este túnel desde hace un tiempo, pero no sabemos cuanto tiempo. La puerta del cuarto se rompe bajo su presión y fuerza. El continúa moviéndose. Deteniéndose apenas por un latido de corazón, ante la visión de la Puerta Absoluta, él luego prosigue con su marcha. Mientras se mueve hacia el Olvido, él carga con la esfera bidimensional entre su carne. Él cesa de ser. ¿Qué sigue?

John Black está a nueve pulgadas. Catorce espadas lo mantienen alejado de su objetivo. La luna está en su octava posición, la puerta se abrirá en siete lugares muy pronto. Un millón de células coordinan sus movimientos. Miles de células se mueven a un tiempo. Él tiene sesenta y seis razones para preguntar por qué, pero su cerebro esta atrapado dentro de un cero. Un cero plateado es dividido de su década de dedos. El cero plateado es substraído por la nada infinita. Fin de la línea. ¿Qué sigue?

John Black guía a sus hombres hacia el interior del castillo. Marchan luchando contra un millón de miedos e inseguridades. Él va dejando un rastro de sangre oscura y preocupada por todo el lugar, pintando un retrato macabro, casi blasfémico. La cara de un dios formada por la violencia. John Black se dirige hacia el ano del atroz dios. El ano es oscuro. Los ejércitos enemigos están muertos. Un regalo es dado al dios para poder calmar su bizarra furia. El disco plateado vuela hacia la cavidad, trayendo el fin de la guerra. ¿Qué sigue?

John Black súbitamente entiende su destino, súbitamente sabe las respuestas a todo. Sabe el porque, el como, el cuando y el quién. El omni conocimiento es imposible de describir. Él sabe su pasado, su presente y su futuro. Él sabe la razón detrás de todo. Y sabiendo todo, igualmente arroja la moneda hacia el Olvido. Finalmente. ¿Qué sigue?

John Black está leyendo acerca de sus aventuras ahora mismo. La moneda está en su mano. En frente está la Puerta. ¿Qué hará? ¿Qué sigue?

La Potencia Anhelante (Delirios Últimos de un Escritor)

“Y escribir es acabar, es un orgasmo, es un vomito, es parir, es dar a luz, es amor, es odio, es muerte y es vida dolorosa. Tantas cosas que no podría enumerarlas.
Imposible decidir, si la palabra es la verdadera magia, la thelema original, o si es el tan temido virus espacial que condeno a la humanidad.
El martillo y la forja, la herrería de la mente, las filosas espadas que son las palabras. La guerra sin principio, propósito ni fin. Un ragnarok de expresiones y metáforas, flechas disparadas sobre todo lo que se mueve. Dolor, caos y un nuevo nacimiento, la epopeya de un héroe.
Cada escalón, cada paso, en esta escalera espiraleada, cada ascenso permite ver más allá de las colinas, deslumbrarse a lo que encierra el horizonte. Cada escalón también viene acompañado de un nuevo eslabón, de la cadena al infinito. Cada letra es una decisión, una escisión en la corteza simbólica del universo. Destrucción y progresión.
Un samurai nombrando las cosas por primera vez, todo el plano cubierto de grafías orientales, el baile de la escritura. La palabra no es verbo, la palabra es nombre.
Conjuro, y perjuro. Mis sentidos como los valientemente incansables recolectores de frutos, recibiendo los regalos de la tierra, con alegría y devoción, desconociendo el fin de su trabajo, derrochado en el dionisiaco banquete que se da en el centro de mi mente, el castillo de los señores feudales.
Piratas sin madre son mis receptores de memoria, lanzándose al abordaje de cuanto tesoro escrito yo me deleite, saqueando sin tregua. Bárbaros altos y aguerridos, que en lugar de construir se dedican al oscuro plagio de aquellos genios tan civilizados. Vergüenza, vergüenza a semejante violación.
Monjes oscuros son los signos, ocultistas antediluvianos. No los conocemos, ¿acaso los usamos o ellos nos usan a nosotros? ¿Son ellos la arcilla y nosotros el alfarero? Pero esta arcilla susurra, conspira y diviniza.
El verdadero dios, la telaraña trascendental dispuesta sobre y a través de nosotros. Yod heh vau heh, con un poco mas de letras, un poco mas de palabras.
Un laberinto, un minotauro. Una moneda, con la medusa de un lado, y el escudo espejado de Perseo del otro lado.”

-Manuscrito hallado junto al cadáver de Agamon Borellus, en la fría meseta de Kadash.