domingo, marzo 02, 2008

En cada fiesta

Te reís demasiado, incandescente alcohol. Nos flasheamos mucho, y nos burlamos de nuestros dioses por demasiado tiempo. Esta reunión es muy burroughescamente coloquial, y lo sabemos, lo disfrutamos, bailamos por ello. Mujeres cocainadas se amontonan en las esquinas; sacerdotes cornudos aparecen en antiguos y brillantes espejos. Deseas secretamente poder darte vuelta para encontrarte con una muerte roja, desenmascarada; queres que sea ella la que trate de robar tu boca.
Las paredes arden y los sellos se rompen. El placer corta con profundidad suficiente. Y vos vomitas dentro de su boca, pero ella sabe que ése es tu tipo de amor. Perdido en la contracorriente, ¿Cómo es que de repente parece que te estas ahogando en este mar de labios y pelos?
Los cobardes nunca se sacan los anteojos. Vos podrías fácilmente arrojarlos por las ventanas azucaradas, pero elegís no hacerlo. Ella se esta escapando de tus garras, y te quedas con un nombre que no querías saber. Ella se va a lamer el pezón de un ángel, y vos aplaudís el hecho de que tu sed de sangre aumenta; reconoces la belleza en tus inútiles celos.
Mierda, no sos el tipo de cristiano que firma contratos de perdición, sos el tipo de poeta oral que logra que otra gente los firme por vos. Amas la sangre calida, los amigos muertos y las enemigas voluptuosas.
En un flujo de pensamiento, si la fiesta es un océano, tus compañeros son su fauna, y tus palabras son olas de petróleo ardiente, imparables y profundas