jueves, enero 24, 2008

¿Que es la juventud cuando uno no es más parte de ella?

Un cuerpo eterno que te expulsa, como una extremedidad que ya no se necesita más
Y vos caes al suelo, con las rodillas y con las manos; te las raspas,
Y al mirarlas, te das cuenta que tienen más líneas de las que te acordás.

En las esquinas ves los cuerpos que perdiste, los ves inmortales, cambiantes,
Tantas caras congeladas ahí en ese ángulo inmóvil,
Todos los cuerpos rabiosos que fuiste, el fuego sangriento
En el que tanto ardiste.

Estás un escalón más arriba ya, crees que miras hacia abajo,
Pero sabes que en realidad estas mirando para atrás.

¿Que es la juventud cuando no sos más parte de ella?

Una pintura que no pintaste vos, pero que una vez tuvo tus mismos colores,
Y fuiste vos el que cambio;
Y en ese momento no te diste cuenta, pero ahora no podes acordarte del todo,

Los espejos que antes te reflejaban, ahora se oscurecen aguados,
Las palabras están, pero los acentos son distintos,
Vos les sonreís, y ellos todavía te sonríen de vuelta,
Como despidiéndote,

¿Que es la juventud cuando ya no sos parte de ella?
Es un bar a donde solías ir, pero ahora ya nadie te conoce
Un trago que solías disfrutar, pero ahora es insípido
Una canción que solías cantar, pero que ahora no recordás la letra.

martes, enero 08, 2008

El Sigfrido

En el horizonte, la tierra rojiza parecía fundirse con la purpúrea noche; yo había llegado, finalmente, al lago.
Los reptiles susurraban entre las piedras, como lo hacen en los sueños, hablan la lengua de la razón circular, y suelen ahogarnos en ella mientras escuchamos despistados.
Los reptiles nos espejan con sus ojos, a través de sus miradas afiladas; es mediante nuestros redondos ojos que nosotros mismos nos engañamos, y así evitamos verlos más allá de sus escamas.
Ya recibida la invitación, ya roto el sello del sobre, obedecida la voluntad de un ente que se hace llamar dios. He venido, luego de ser llamado.
Y en el lago los dragones nadaban, saltaban, bailaban, etéreos, eventuales. Las aguas se agitaban y se caldeaban, se iluminaban y se ennegrecían de ceniza. Y los dragones me miraron, sonriendo.
Un gusano, tan particular como otro, acerco su hocico hacia mí, y escribió en el aire la runa que indicaba, “adelante”. Ordenaba mi acción.
Los dragones se endurecieron, estirando sus cuellos, afilándose como guadañas, y procedieron a decapitarse en una masacre escandinava. El agua se hizo sangre, la sopa de los dragones.
El gusano contemplo la escena, altivo. Su cuerpo camuflo un dedo, señalándome mi próximo paso. Y de hecho, ese fue mi paso. Ya había trazado los escalones a seguir, el camino hacia la sangre del dragón.
Deshecho de mis ropas, desnudo, y me fui cubriendo de polvo antes de llegar a la orilla. El aire pesaba, pero de una manera fresca, y como cargado de futuras palabras. Me tropecé y caí, frente a la mirada del gusano.
Pero me levante, como suelo hacer. Y entonces llevaba una pequeña hoja de árbol escondida entre mis dedos, que al momento de saltar al cáliz de sangre que era el lago, use para cubrir un pequeño terreno en mi pecho.
Me arroje hacia las fauces liquidas. Caí, me sumergí, y me hice dragón, renací. Pero la hoja seguía conmigo. La hoja protegió a ese pequeño espacio de mi piel, dejo una grieta de vulnerabilidad, una perpetua ventana en el nuevo castillo inquebrantable que seria mi persona. Salí, humedecido y besado por la sangre reptilesca. Las estrellas se habían teñido de rojo, burlonas, frente a mis ojos. Emergí de la matriz de la serpiente, un nuevo guerrero, en realidad uno más. Indestructible frente a las lanzas enloquecidas del mundo, esperando secretamente el día en que alguna, sagaz y certera, encuentre la cerradura bajo mi corazón, el pedazo de pared que cederá. El único espacio que ajeno a los ojos del dragón. El punto de quiebre, mi capacidad para la incertidumbre, la voluntad, mi amor al azar. Mi humanidad.