sábado, mayo 21, 2005

La batalla nocturna

El mosquito blasfemo se atrevió, y robo unas gotas de sangre. La ofensa no iba a ser permitida, claro que no. Para colmo, en su escape, el patético vampiro había volado cerca de la oreja, zumbando con esa música que tanto enloquecía a Lovecraft, burlándose. Una mano humana voló, en un semidormido intento de asesinar al maldito, y lo único que consiguió fue un golpe en la oreja. No, no.
La luz se encendió, como en una explosión. Las sabanas se corrieron, y el cuerpo pobremente vestido se despabilo instantáneamente, con furia. Ahí, justo en el nudillo del dedo del medio, estaba la marca de la tortura, ese pequeño grano, pequeño volcán, de color rosa rojizo, la ofensa. Picaba, picaba y molestaba como la puta madre, y bien sabe uno que rascarse es añadir mas leña al fuego. Esto era la guerra. Los ojos humanos, atentos, los oídos, sagaces. No se escuchaba nada, el ladrón no estaba cerca. Los ojos empezaron un baile examinador por todo el cuarto, intensificando cada vez más el foco, los pequeños detalles. En las paredes blancas, el mosquito estaría perdido, pero en el armario o el escritorio, se camuflaría cobarde y perfectamente.
Silencio, expectación. Una batalla entre samuráis. El Olimpo buscando al ladronzuelo de Prometeo y a esa porción de fuego que se había robado. La sangre es mi sangre, pensó el humano, ningún bicho de porquería me va a robar un pedazo de mi alma.
Una sombra de movimiento, que desaparece con el trasfondo del armario. Engaño, frustración, pero ya habrá un error. Así que el humano comienza a moverse, revisar, agitarse, esperando un nuevo escape del mosquito.
Y entonces, sobre el fondo blanco de la pared, ve al enemigo. El radar le ha localizado, y esta a tiro. Dos inmenso misiles vuelan, dos icebergs gigantes como los que destrozaron al Titanic, vendrían a ser. Se acercan el uno al otro, las manos aplauden con potencia y furia. El humano abre sus manos, y para su terror ve que ha fallado. Injusticia, angustia, ira. ¿Cómo y a donde ha escapado? Los ojos buscan de nuevo.
Y de nuevo contra el fondo blanco, esta vez inmóvil sobre la pared. El ladronzuelo a quedado atontado por la casi muerte, y ahora se recupera apoyado contra la pared. La mano primero se mueve sigilosa, y una vez que la sombra cubre al insecto, se arroja a toda velocidad y sin piedad.
Splat. Mort. Thanatos. Fascinante sería ver la escena ampliada, en nuestro nivel de tamaño.
El humano sonríe, vibra de éxtasis. Retira la mano, y primero ve el manchón en la pared, sangre y mosquito. Es increíble como parece que el vampirito estuviera hecho de carbón de lápiz, o como parece que su sombra hubiera quedado estampada mágicamente sobre la pared. Ahora, la sangre en la pared no tiene nada de mágica, es el fuego robado, ya contaminado por el bicho mismo, pero libre al fin de seguir mezclándose con el ser vil e inferior. En la mano quedó pegado el cadáver, destrozado, verdugueado, castigado con la pena capital. El humano sopla al principio, buscando desprenderse del cuerpo, pero en su muerte éste continúa pegado. Entonces queda únicamente el retirarlo con los dedos, manchándose aún más las manos con sangre. Y luego con un leve frotar los restos contra las sabanas, todo ha quedado limpio. Un enemigo menos en el mundo, la guerra ha terminado por esta noche, y el guerrero humano vuelve contento a internarse en su tibia cama. Roma Victoria, la justicia ha sido servida. Por ahora…

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