Acomodé el almohadón verticalmente,
sobre la alfombra cobriza,
de manera que actuara un coqueto equilibrio.
El turbo estaba prendido muy cerca de mí,
y a medida que el disco externo y las alas del ventilador giraban,
soplaban por el ángulo justo para golpear al almohadón,
haciéndolo oscilar, bailar.
Me lo quede mirando,
y me atreví a apostar que,
con el tiempo suficiente,
el almohadón caería.
Nunca lo supe,
porque esa vez fue la última vez que estuve en su casa.
martes, febrero 28, 2006
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1 comentario:
Me gustó por la sutilidad
de los dos últimos renglones.
Cuando quieras, visitá mi blog.
Saludos.
Die.
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