martes, julio 25, 2006

Pelos de la nariz

Omar se miró en el espejo. Acercó su nariz hacia la superficie refleja, y se puso a observar cuidadosamente sus orificios nasales. Tenía un par de pelitos que salían antiestéticamente hacia fuera, pudo observar. Agarró una tijera para uñas que estaba sobre el mármol del baño, y cuidadosamente corto los pelos rebeldes. Se detuvo, y nuevamente acerco la nariz al espejo para apreciar su trabajo de coiffeur. En eso, la puerta del cuarto de hotel se abrió, abruptamente, y un par de palabras guturales incomprensibles acompañaron el sonido de unos pies corriendo hacia el baño. “Mierda”, se dijo Omar. Calculó dirigirse hacia la ducha, pero ese cuarto de hotel era bastante chico, y, a carrera, la distancia entre la puerta de entrada y el baño era muy corta. Omar todavía estaba inmóvil, cediendo a sus instintos, cuando la puerta del baño se abrió, torpemente. Una cabeza de pelo negro y corto fue lo que entró, así, mirando hacia abajo, las manos hacia delante tratando de leer ciegamente el aire. La cabeza cayó y vomitó, generosamente, sobre el piso blanco del baño. El japonés se sostuvo el estomago mientras realizaba semejante ceremonia, y al expulsar todo la porquería que tenía dentro, eructo, flemáticamente. Omar ya había cedido a las indicaciones de su sistema nervioso reflejo, cargado de experiencia e impulsos. Esperaba, inmóvil, tijera de las uñas en mano. El japonés cantó un par de palabras, mientras miraba su desecho estomacal en el piso. Tardó unos segundos en notar un par de pies ajenos en el baño. Luego notó las piernas; luego el torso; y más allá dos brazos tan amenazantes como la rapada cabeza que miraba desde más arriba. El japonés abrió la boca; Omar le cerró el ojo derecho con la tijera de las uñas, mientras que con la mano libre presionaba sobre la nuez de Adán del vomitivo oriental. El japonés no llegó a gritar. Para cerciorarse del trabajo, las manos de Omar intercambiaron posiciones y herramienta; el ojo izquierdo del japonés también se cerró cortesía de la tijera; la otra mano libre apretó nuevamente la ya inútil garganta del borracho. Omar retiró la tijera de uñas, sin importarle mucho los excesos orgánicos que se desprendían. Agarró papel higiénico, y con ayuda del agua de la canilla, limpió los restos oculares y cerebrales de la tijera. Toda esa porquería podía arruinarle el filo. Omar se miró en el espejo, y notó que un pelo rebelde se asomaba desde su orificio nasal derecho, como el periscopio de un subversivo submarino. Se acercó más al espejo, y con la tijera ya limpia, se deshizo del molesto vello. Vio los pelos cortados que habían caído dentro de la pileta del baño; abrió la canilla y dejó correr al agua, cosa de que los pelitos desaparecieran. Calmó su paranoia, agradecido por la convicción de que las fábulas de CSI acontecían al norte del Ecuador; por estas tierras, la policía apenas y sabía usar una lupa. Salió del baño, y se dirigió a la puerta del cuarto. Abrió el picaporte, con su mano enguatada, y se detuvo un segundo a mirar hacia el baño, hacia el cadáver del japonés. Un buen trabajo. Omar cerró la puerta, y desapareció, una vez más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

desde julio....