domingo, julio 09, 2006

Observaciones de un asterisco

*: En la habitación hacía frío. Nótese la palabra habitación, tan anglozijada, de alguna manera, robándole protagonismo a la palabra cuarto. Pero es así, había una habitación, y hacía frío. La luz de la luna azulaba toda la escena, y brillaba en la pelada del pelado; este cantaba, murmurando por lo bajo, acostumbrado; un personaje recurrente a estas horas, con semejante música de fondo. Tres sombras de pelo largo, ostentando sublimes miradas majestuosas, se mantenía fijas en los rincones del cuarto, buscando no interrumpir, pero ocupando espacio bidimensional.
El pelado estaba muy drogado, y esa es una metáfora de nosotros en este momento. El pelado se había tomado casi una bañadera entera de algo que tranquilamente podríamos llamar ácido lisérgico, como cafeína, o para el caso, mate. El pelado estaba perdido, en realidad desencontrado. Tenía demasiados cerebros en la cabeza, y se encontraba imposibilitado de elegir alguno. El alma se le colaba con cada latido del corazón, y se escapa en cada exhalación blanca, de esas que pinta la baja temperatura. Estilizaba el simbolismo de la escena, su posición acurrucada, amagando a fetal. El pelado vestía ropas de oro, pero no le importaba; el pelado era inmortal, pero eso le parecía relativo. La luna afuera gritaba en silencio la formula para la respuesta, pero hacía falta mirarla derecho a su única cara para comprender. El pelado somatizaba, y simulaba no poder ver, ergo, no veía, ni quería ver. Las arañas de la duda y las del silencio, negras unas, bordó oscuras las otras, tamborileaban sobre la madera de la habitación, pop macumberas. El pelado contemplaba tragarse la lengua para acallar la discusión de sus cerebros, pero no tenía los nervios para ordenar la acción.
Alguien probablemente podría estar observando la situación desde afuera de la ventana, pero el pelado y sus cerebros no lo sabían. Las sombras sí, todo lo sabían y todo podía llegar a saberlo, pero las pobres figuras de carbón nada podía decir porque no tenían permiso alguno. Y mientras la lengua siguiera en su boca, el pelado continuaría murmurando, las sombras seguirían almacenando la información en las esquinas, aguardando; la luna seguiría petrificando la respuesta; el amigo voyeurista continuaría mirando desde afuera. Y siendo así, el cuarto seguiría siendo una habitación.

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