viernes, agosto 27, 2004

Parco

Parco deslizaba sus inquietos dedos por el consagrado piano. El cementerio de marfil, como le gustaba llamarlo. Sus falanges eran perturbadores de tumbas, bailando con descaro y llamado a la puerta de las lápidas, sacando una última exhalación a los muertos.
Los muertos atados a la próxima existencia por el cordel, la voz de la eternidad, la telaraña que era el alma que se atrevía a cantar.
Parco era el señor embriagado e impotente frente a sus diez soldados. Las huestes profanaban moradas y no se cansaban de representar fingidas batallas sobre el blanco marfil. Fingidas y armoniosamente coordinadas, las legiones izquierdas contra las derechas, saltándose, bailándose y provocándose, apenas siquiera llegándose a rozar.
Exquisita música, tan invisible como tan visiblemente colorida. Canto de coro de todos aquellos caídos que moraban sin voz para encontrar por un momento una ventana a la existencia anterior, un lugar para volver a ser escuchados, para hacer sentir sus nuevas experiencias y su pesar.
Parco el de largos cabellos negros sufría con ellos y por ellos, sin saberlo y sin querer reconocerlo. Un escenario inglés para un caballero francés.
En la torre frente al mar, con el aire impregnado de espuma salada, que salaba sin mojar. El ida y vuelta del baile corporal acompañando el movimiento musical.
Los ojos cerrados, los artífices y causantes del final. Se privaban de la luz y de la piedad para dejar a lugar a la sublimación de las entradas. Permitiendo el amontonamiento de las nuevas sensaciones, las nuevas partículas de éxtasis, que privadas de sus entradas principales, corrían, empujaban y se golpeaban para encontrar un nuevo lugar para entrar, pulsando así las propias cuerdas del orgasmo artístico.
Parco el sádico suicida. No mataba rápidamente a su inspiración para crear, si no que se abría una herida en su propia alma para dejarla desangrar. Esa sangre espesa y casi humeante que brota del alma, admirable solo en un plano más azul y liquido de la existencia, tal vez el fondo del mar.
Una ultima exhalación y el último ataque de la fatigada y ebria horda. Presionando y ahorcando a los muertos para un último y agudo grito, la aproximación de la prolongada pausa en espiral.
Con la mitad de los dedos huyendo, y la otra mitad marcando la nota que marca el fin de la marcha. La sincronización del retorno a la luz, el sonido sostenido en el aire es la llave que abre a los ojos para la contemplación del desvanecimiento de la obra en el aire otoñal.
Parco el egoísta, que una vez más a dedicado uno de sus tantos sueños a las piedras que forman su hogar, inútilmente ocultándole al resto de los mortales su capacidad de crear, esperando secretamente que su música logre alcanzar los oídos tan deseados y tan soñados, allí más lejos, pasando el mar.

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