domingo, diciembre 27, 2009

Inspiración


“Mierda”, gritó, todavía medio dormido, aunque también medio despierto. Se sentó tan rápidamente en la cama que le pareció que su mente llego a sentarse antes que su cuerpo. Y cuando su cuerpo se acomodó, llegaron las nauseas.
“Mierda” repitió. ¿Era la resaca? ¿Acaso se había despertado, de repente, dentro de un cuento de Bukowski? “No,” sonrió, “hace años que no tomo”. Otra palabra brilló en su mente. “Inspiración”. Porque así se sentía cuando la inspiración llegaba, así la sentía Ludovico. Como una dulce resaca de primavera.
Se golpeó la rodilla con una silla, mientras deambulaba ansiosamente en busca de una lapicera. “Vamos carajo, esta vez es fuerte. No dejes que se te vaya”. Las luces estuvieron pronto encendidas, y los ojos de Ludovico ignoraban todo, salvo el posible e ideal contorno de una lapicera o lápiz.
Revolvió la mesa, a través de las ruinas y los cementerios de la vida rutinaria del hombre, y encontró una preciosa lapicera. La probó en el diario. No andaba. Luego una de color verde, tampoco andaba. “Muy lindo, toda la puta semana esperando, ¿y ahora no hay una lapicera de mierda que ande? Mañana compró doscientas”. Pero mañana ya no va a importar, él lo sabía. Encontró un lápiz sin punta. Se rió ante la idea de morderlo hasta que asomara el carboncito. “Es plena madrugada, la lluvia cae y yo no puedo encontrar nada para escribir”. Esto le sacó otra carcajada, entre furiosa e histérica. Pero solo duró un segundo. Se obligó a concentrarse en su inspiración o ésta se iría, sí, volaría como la más rápida y traidora golondrina.
Encontro otra lapicera. Escribía, “Gracias a Dios...”, escribía.
“Papel. Lo que faltaba, mierda. Ahora no encuentro papel...”. Casi enloqueció ante la idea de tener que perder más tiempo buscando papel. Escribiría en el diario, que importaba, escribiría en papel higiénico. Pero encontró papel.
“Bueno, no fue tan malo después de todo”, y se tomó un segundo para contemplar la lapicera tendida sobre el papel, a punto de acariciarlo. Entonces vomitó.
No hay otra forma de describirlo. Una leve chispa, una idea, se había multiplicado en su mente, creando un océano. Y su cerebro la estaba rechazando. Era demasiado. Estaba harto. Necesitaba purgar todo el enjambre. Así que vomitó todo sobre la hoja. Primero diez palabras, luego diez renglones, y diez hojas.
Terminó, y se sujetó la mano que había escrito, como si fuera una boca que había devuelto todo su tóxico contenido. Su cerebro quedó vacío, igual que un estomago luego de purgarse. La única diferencia entre ambos procesos, es que Ludovico se echó en su cama a continuar su sueño, y en su último pensamiento, deseo tener más náuseas para seguir vomitando.
La inspiración...

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