lunes, mayo 22, 2006

¿Qué pasa cuando sólo queda una bala?

Dante estaba sentado frente a Jachym, la mesa redonda entremedio, la luz amarilla colgado del techo, la pistola opaca sobre la mesa, vestida con una única bala. La respuesta se encontraba a un dedo sobre un gatillo de distancia.
Había una botella de gin vacía, cuyo contenido se encontraba ahora en Jachym, convirtiéndolo a él en una especie de botella de gin llena. Su cuerpo probablemente estaba pasándola mal tratando de filtrar todo el alcohol. Por eso, Jachym ni siquiera se había dado cuenta de la pistola sobre la mesa. Mierda, suficiente tenía con mantenerse cuerdamente sentado. No es que fuera a vomitar ni nada, pero se sentía sentado simultáneamente en ambas puntas de un subibaja.
Jachym eructó secamente, y Dante arrancó su vista del metal oscuro del arma, para lanzarla sobre el borracho. Las pistolas tienen una calidad divina, pensaba Dante. Jugaba con la idea de que las pistolas habían sido una mala traducción de un artificio divino, de algún lugar semejante al Olimpo. Los dioses debían ser los inventores del artefacto original, aquella herramienta capaz de segar lo molesto con un simple punto final, cerrar cualquier puerta con una llave de plomo. Pero había habido una bastardizacion del instrumento, en su paso de aquel mundo ideal a este mundo tan humanamente fallado. Dante estaba seguro que el instrumento original estaba articulado siguiendo la mágica lógica divina, de ostentar ese delirante poder de reversibilidad absoluta. Dante creía con fuerza, cedida por esa parte de la mente que era la madre de todos los pensamientos extraterrestres, que las pistolas originales y divinas poseían la facultad de tanto segar o cerrar, como de volver a cosechar o abrir. En el mundo divino, la bala podía enterrarse en su blanco, aniquilándola, y tranquilamente luego podía retroceder, revirtiendo la sentencia.
Pero no acá, se cantaba Dante; y bendecía la estupida sabiduría humana.
¿Hacía falta preguntar lo que ya sabía? Ahogar a Jachym en gin había sido extremadamente fácil, arrancarle una confesión ahora seria más simple todavía. Pero la única bala en la pistola le rascaba la nuca a Dante, le besaba el cuello, le acariciaba los testículos. No necesitaba ni adrenalina ni moralidad, porque sabía el crimen de Jachym, y eso era todo lo que importaba.
Jachym sonrió, con la imbecilidad de la ignorancia etílica. Levantó un dedo mareado, y abrió la boca, dispuesto a escupir un par de pensamientos empapados en gin. Dante levanto la pistola, y con los ojos bien abiertos apunto hacia la cara de Jachym. La bala como toda respuesta, eso era lo necesario. Apretó el gatillo, y nuevamente agradeció la humana irreversibilidad de las acciones en este mundo.

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